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La magie de Fantasia

Todos recordamos la famosa obra de Walt Disney, Fantasía, en la que Mickey interpreta el papel del aprendiz de brujo lidiando con escobas que transportan agua… Menos conocido es que esta escena retoma un poema sinfónico de Paul Dukas (1865-1935), a su vez inspirado en una balada de Goethe (Der Zauberlehrling).


Copyright Walt Disney Company©
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Pero, ¿qué relación tiene esto con la Antigüedad?


En los escritos de Luciano de Samosata (125-192), encontramos el mismo pasaje que en la obra de Goethe. ¡Con varios siglos de diferencia, la visión de la magia que marcó nuestra infancia es idéntica a la de la Antigüedad!


¿Y si, al final, esta atemporalidad no fuera tan sorprendente?… La magia no tiene época, y el relato de Luciano de Samosata es un buen ejemplo de ello por su modernidad. Es inmutable y no se altera con el tiempo. De hecho, lo que constituye su misterio es que sus raíces se hunden tan profundamente en la historia que es el reflejo de creencias o leyendas cuyo significado se ha perdido la mayoría de las veces.


En el texto de Luciano de Samosata, el aprendiz de brujo Eucrates ha reemplazado a Mickey. Conoce a un mago llamado Pancrates y tendrá que lidiar con unas incontrolables escobas portadoras de agua…



El aprendiz de brujo de Luciano de Samosata


"Todavía era joven, y residía en Egipto, a donde mi padre me había enviado para completar mis estudios. Un día, me dieron ganas de remontar el Nilo hasta Coptos, e ir desde allí a ver la estatua de Memnón y oír ese sonido maravilloso que emite al salir el sol. Lo oí entonces, no como la gente común, emitir un sonido inarticulado; sino que el propio Memnón abrió la boca y me dio un oráculo en siete versos, que podría citarles si no estuviera fuera de lugar.


Al remontar el río, resultó que entre los pasajeros había un ciudadano de Menfis, uno de esos escribas sagrados, un hombre admirable por su saber y versado en toda la doctrina de los egipcios. Incluso se decía que había pasado veintitrés años en los santuarios subterráneos donde Isis le enseñaba la magia.


— Es Pancrates de quien hablas, dijo Arignoto; es mi maestro, un hombre sagrado, afeitado, vestido de lino, pensativo, que habla griego (pero mal), grande, con la nariz chata, los labios prominentes, las piernas delgadas...


— Es él mismo, respondió Eucrates, es Pancrates...


Al principio, ignoraba qué clase de hombre era; pero al verlo, cada vez que el barco anclaba, hacer milagros tras milagros, en particular cabalgar cocodrilos y nadar con monstruos, que se inclinaban ante él y lo halagaban con la cola, reconocí que era un hombre sagrado; y poco a poco, a fuerza de amabilidad, me hice su compañero y penetré tan profundamente en su intimidad que me comunicaba todos sus secretos. Al final, me instó a dejar a todos mis sirvientes en Menfis y seguirlo solo, diciéndome que no nos faltarían personas para servirnos.


Desde entonces, así vivíamos. Cuando llegábamos a un alojamiento, mi hombre tomaba el travesaño de la puerta, o la escoba, o el pilón, lo cubría con ropas y, pronunciando sobre él una fórmula mágica, lo hacía caminar, y todos lo tomaban por un hombre; y el objeto se iba a buscar agua, hacía nuestras provisiones, las preparaba, nos servía en todo con destreza y hacía nuestros recados. Luego, cuando el mago ya no necesitaba sus servicios, volvía a hacer de la escoba una escoba, o del pilón un pilón, pronunciando sobre él otra fórmula de encantamiento. Por mucho que deseaba aprender ese secreto, no pude obtenerlo de él: era celoso de ello, aunque en todo lo demás se ponía a mi entera disposición. Pero un día, habiéndome colocado secretamente en un rincón bastante oscuro, oí el encantamiento sin que él se diera cuenta. Era una palabra de tres sílabas. Luego se fue a la plaza, después de haberle ordenado al pilón lo que tenía que hacer.


Al día siguiente, habiendo ido el mago a la plaza para tratar algún asunto, tomé el pilón, lo vestí como hacía el egipcio, pronuncié las tres sílabas y le ordené que trajera agua. Cuando hubo llenado la ánfora y me la trajo: “Ya basta,” le dije, “no traigas más agua y vuelve a ser un pilón.” Pero sin querer obedecerme, seguía trayendo, tanto y tanto que a fuerza de ir a buscar agua inundó nuestra casa. Estaba muy avergonzado, porque temía mucho que Pancrates, a su vez, se enfadara conmigo, lo cual, de hecho, sucedió. Entonces tomo un hacha y corto el pilón en dos; pero cada uno de los dos trozos, tomando ánforas, va a buscar agua, y en lugar de un portador, tuve dos. En ese momento, Pancrates llega; entendió lo que había sucedido y volvió a hacer de esos portadores de agua trozos de madera como eran antes del encantamiento; pero él me dejó sin que yo me diera cuenta, y desapareció no sé dónde..."

 
 
 

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