Virgilio y la ascendencia divina del Imperio
- associationenarro
- 21 oct
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Tras el sangriento fin de las guerras civiles, Octavio, convertido en el emperador Augusto, necesitaba transformar su estatus de vencedor militar en el de gobernante legítimo e incuestionable. Para ello, encargó al poeta Virgilio la composición de la Eneida, una epopeya monumental que narra el origen de los romanos y, sobre todo, la legitimidad divina de la dinastía imperial.

Augusto como Pontifex Maximus. El emperador, con la cabeza velada por la toga, se presentaba como el sumo sacerdote, encarnando la unión del poder político y religioso que Eneas y Venus le confirieron - Photo Mark Cartwright (CC BY-NC-SA)
Eneas, el hijo de Venus : un destino cósmico
Virgilio otorgó a Roma orígenes prestigiosos al vincularla con la herencia troyana. El héroe de la epopeya es Eneas, príncipe piadoso, hijo de la diosa del amor, Venus (Venus).
El arduo viaje de Eneas hacia Italia se presenta como la ejecución de una voluntad divina. El relato está salpicado de profecías (Vaticinium) que prometen a su descendencia un "imperio sin fin". Al hacer de Eneas el destinatario de esta promesa, Virgilio ancló la fundación de Roma en un plan cósmico eterno. El mensaje era claro: la grandeza de Roma no era casualidad, sino el cumplimiento de una promesa divina.
Iulo y la ascendencia Julio-Claudia
El punto central de esta empresa ideológica es el hijo de Eneas, Ascanio, a menudo designado como Iulo (Iulus).
Al proclamarse descendiente directo de Iulo, la gens Iulia (la familia de Julio César y Augusto) se atribuyó la ascendencia más noble posible: un linaje que se remonta directamente a una diosa olímpica, Venus. La Eneida se convierte así en la carta fundacional del nuevo régimen. Justifica el poder de Augusto como la culminación lógica y necesaria de la historia romana, transformando la poesía en un poderoso instrumento de propaganda política.



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